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Especial III: La mujer como mercancía de guerra (Guatemala)

Más de mil mujeres son brutalmente torturadas y asesinadas cada año en Guatemala. Las expertas denuncian que la violencia hipoteca la vida de muchas mujeres en este país centroamericano.

En la década de los 80, 100 mil mujeres fueron violadas en un conflicto interno armado. Hoy, el narcotráfico como una de las guerras contemporáneas convierte a las niñas y mujeres en la mano de obra y mercancía más barata de este conflicto.


La violencia en Guatemala

La violencia en Guatemala está presente en cada rincón de este país centroamericano, que reporta un promedio de más de seis mil asesinatos al año. Así lo confirma la ONU cuando determina que es 1 de los 4 países más violentos del mundo.

Y es en este contexto hostil, donde las mujeres siguen siendo el blanco más atacado por los sectores violentos. Guatemala ya reporta más asesinatos de mujeres que la propia Ciudad Juárez, donde los cotidianos secuestros y asesinatos de niñas y mujeres llevaron los ojos del mundo a esa pequeña localidad de México.

Violar, torturar, aniquilar. Son más que tres verbos. Son la realidad que más de 1.000 mujeres guatemaltecas sufren cada año. Esta violencia no conoce de escenarios: ocurre tanto en el ámbito del hogar, donde el enemigo más certero es el propio marido, o en el público donde las redes sacian el odio más puro hacia el género femenino. Asesinar por el simple hecho de ser mujer.

La historia contemporánea de Guatemala refleja cómo la mujer ha sido la mercancía de las diferentes guerras que han azotado a este país de 14 millones de habitantes. Entre los años 1960 – 1996, Guatemala vivió una de las guerras civiles más atroces de Centroamérica, y en la actualidad es el escenario de la guerra del narcotráfico. En ambas coincide en que la mujer sigue siendo la fuente de los actos más perversos, en una sociedad comandada por la violencia.

Estas muertes y sus huérfanos no son investigadas. Según Mercedes Hernández, directora de la Asociación de Mujeres de Guatemala, el nivel de impunidad en estos casos asciende al 98%. Es decir, que de cada 100 asesinatos de mujeres, sólo dos llegan a un juicio.

“Ser mujer en Guatemala es un peligro constante, del día a día, es tener sobre tu cabeza la posibilidad de ser víctima de la violencia de género, en el ámbito privado o en el ámbito público por cualquiera de los hombres que consideran que somos de su propiedad” agrega Hernández.


Entrevista a Mercedes Hernández, Asociación Mujeres de Guatemala

Período más negro

Para Luz Méndez de la Organización Actoras del Cambio (Guatemala), esta impunidad es la secuela del período más negro del conflicto civil y armado vivido durante 36 años (1960-1996) en este país centroamericano, en el que más de 100.000 mujeres fueron violadas y torturadas siguiendo un programa de exterminio de la etnia maya.

En esta época, la guerra era dividida entre indígenas civiles contra militares del gobierno. Mientras los indígenas buscaban armar una fuerza política `para cambiar las estructuras del poder, el gobierno armó una política de violencia extrema para acabar con los rebeldes.

En este contexto de guerra, las mujeres fueron el punto de partida de una de las masacres más sangrientas de la época.

“La política del gobierno se centró en aniquilar a las mujeres indígenas como instrumento de reproducción del enemigo. La consigna de esta guerra fue la de acabar con las mujeres porque eran las madres o las esposas de los indios rebeldes que iban contra el gobierno” denuncia Luz Méndez.

Para ello el gobierno preparó a sus soldados con técnicas de aniquilación de las mujeres. El Informe Recuperación de la Memoria Histórica de Guatemala (REMHI) refleja que las violaciones, torturas y asesinatos de las mujeres se trató de algo planificado, y que para ello el ejército fue entrenado de la manera más detallada posible para la época. “Llevaban prostitutas a los campamentos de los soldados para que aprendieran a violar y maltratar en público”.

Y de esta forma comenzó una persecución a las mujeres, especialmente a las de origen indígenas.

“Me tuvieron secuestrada siete días. Desde la primera noche empezó la tortura, el interrogatorio. Primero me agarraron los soldados, me pusieron boca abajo en el piso, me sostuvieron las piernas abiertas, los brazos y una bota sobre mi cabeza. Luego, imagino que fue el oficial el que me violó primero. Yo era una niña y no entendía muchas de las cosas que estaban sucediendo”, es uno de los miles de testimonios recogidos en el REMHI.

Méndez detalla que la violación fue el arma de guerra contra las mujeres más usadas en la época, pero que esa violencia sistematizada venía acompañado de otros terribles episodios. “A las embarazadas le tocó también una de las peores partes, porque cuando llegaban los soldados a sus comunidades las sometían no sólo a violaciones, sino a la apertura de sus vientres para sacar a los fetos, mientras que a otras le clavaban estacas en sus vaginas. Todo consistía en emitir mensajes de terror al resto de la población”.

Los soldados cumplieron a cabalidad su trabajo de exterminio. Algunos de los que participaron han narrado lo vivido en esos días: “… A nosotros nos causaba risa, entraba un soldado, un ratito estaba con ella y al ratito, 'otro mi teniente' y otro y otro, total es de que pasaron los setenta verdad, y algunos dos veces o tres. Pero total es de que ellos, todos desahogamos allí nuestra tensión y nuestra necesidad... habían unos soldados que estaban allí enfermos, tenían gonorrea, sífilis, entonces él ordenó que esos pasaran pero de último, ya cuando hubiéramos pasado todos, verdad”.

Aún se desconocen las cifras oficiales de estas masacres. Las organizaciones de mujeres, los organismos internacionales, de Derechos Humanos y jueces de diferentes partes del mundo trabajan por la reconstrucción de la justicia de estas mujeres, de sus hijas, de sus madres y de sus hermanas. Pero la lucha continúa. Las víctimas de estas guerras cada vez alzan más su voz, y en 1999, la Comisión de la Verdad reconoció que “la violencia sexual indígena fue de forma sistematizada como arma de guerra y de genocidio”.  

Por ahora la campana de la justicia no suena: no existe ni una sola sentencia por estos delitos contra las mujeres.


El silencio sigue rondando

Para Carlos Castresana, fiscal del Tribunal Supremo de España y ex jefe de la Comisión Internacional contra la Impunidad de Guatemala (CICIG), Guatemala es el país del mundo donde más mujeres mueren en el mundo. “Es la consecuencia de los altos niveles de impunidad.

En la actualidad, Guatemala padece de una violencia estructural que continúa ensañándose contra las mujeres. No existen cifras oficiales, pero las organizaciones no gubernamentales cuentan con que ascienden a más de mil mujeres asesinadas en manos de hombres cada año.

Para Mercedes Hernández, esta situación es “una herencia de la guerra, que se sigue utilizando al cuerpo de la mujer como arma de guerra y que la violencia sexual sigue siendo una de las armas predilectas para humillar los valores identitarios colectivos o para humillar a las bandas enemigas a través de los cuerpos de las mujeres, que se consideran de propiedad de estas bandas que son el otro”.

La guerra actual está ligada al narcotráfico, a las bandas juveniles. Es un conflicto contemporáneo armado, atípico, con diferentes tipos de formalización que tienen a las mujeres en una de sus líneas de fuego y en una de sus líneas de flotación.

“Ellas son la mercancía pero también son la mano de obra más barata. Están siendo reclutadas en polígonos donde son adiestradas para convertirse en sicarias, para ser cobradoras de impuestos que estos grupos armados establecen en un ámbito en que consideran su territorio” señala Hernández.

Estas mujeres también sufren violencia sexual sistematizada. Estos grupos de narcotráfico y mafias han capturado a miles de mujeres, no sólo para la esclavitud doméstica y sexual, sino también como la mano de obra necesaria para los trabajos más rudos, y a la vez como esa mercancía de ese negocio tan rentablemente para los países del Norte como es la prostitución, y el tráfico de mujeres rumbo a los matrimonios forzados.

 

Entrevista con Rita Segato sobre femigenocidio

Violencia en casa

A esta nueva guerra atípica se une la violencia doméstica, donde las mujeres tienen a su peor enemigo en casa.

Los asesinatos de mujeres se producen con gran brutalidad y un alto grado de ensañamiento y premeditación. Muchos de los cuerpos hallados muestran señales de violencia sexual, mutilaciones genitales, desmembramiento, lo que implica actos de tortura como antesala de los asesinatos. La brutalidad de estos asesinatos actúa como un mecanismo de terror amparado en la impunidad enquistada de la violencia de género debido a la falta de persecución y castigo.

Para la feminista Silvia Donoso, la violencia contra las mujeres en Guatemala se origina en la desigualdad de género provocada por los valores patriarcales. A esto se suma la desigualdad socioeconómica extrema, que afecta a los grupos más débiles de la sociedad, por lo que puede concluirse que el problema es de desigualdad de género, pero también de clase y etnia, aunque la violencia contra las mujeres traspasa con facilidad estas fronteras.

“Las mujeres, despojadas de sus derechos fundamentales, son víctimas de la violencia social, política, económica e institucional, violencia que tiene su peor expresión en la violencia física. Muchas de las muertes violentas de mujeres, resultan ser el trágico desenlace del continuum de violencia en que viven las mujeres bajo el modelo patriarcal”.

“Hemos llegado al punto en que es más barato asesinar a una mujer que pagar un divorcio”, concluye Luz Méndez.

 
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